sábado, 28 de noviembre de 2015

El superhombre de Nietzsche era una mujer





Hoy asomas tu rostro a mi ventana

Como una niebla informe, triste diosa;
El pálido sudario se devana
medrosamente al viento:prorrumpe en melancólico lamento
Del arroyo la vena hoy caudalosa.


Entre el relampagueo y el salvaje
Bramar del trueno.
Envuelto en los jirones
De negros nubarrones,
Has preparado con mortal veneno
Oh, terrible hechicera, tu brebaje.

A media noche oí tu voz siniestra
Aullando de placer y de dolor,
Vi fulgurar tus ojos, vi tu diestra
Esgrimiendo, convulsa de venganza, Cual titánica lanza,
El rayo asolador.

Y toda armada así, a mi pobre encierro
De noche te has querido acercar hoy:
Llamando a mis cristales con el hierro
De tus armas radiantes
Me has dicho: ¡No te espantes!
¡Quiero decirte ahora quién yo soy!

Yo soy la grande, la eterna amazona,
Jamás débil, ni muelle ni mujer;
Cuando en la lucha mi furor se encona,
Impávida me bato
Con viril arrebato;
¡Soy la Tigresa de infernal poder!

Siempre sobre cadáveres camino;
Cruel es mi destino;
Teas arrojan mis airados ojos;
Mi cerebro ponzoñas elabora.
Mortal, cae de hinojos;
a mi presencia adora
O púdrete al momento, vil gusano,
¡Extínguete por siempre, fuego vano!


"Después de una noche de tormenta", Friedrich Nitezsche, Poemas

 




















miércoles, 25 de noviembre de 2015

Como broma, ya está bien





Hoy es el día contra la violencia de género. Llevamos dos semanas con las tasas de feminicidio enloquecidas y no parece que a los poderes públicos les alarme esta contingencia. Menos medios económicos (el austericio impuesto por Merkel y la gran oligarquía financiera) significan menos vigilancia, ergo más mujeres desprotegidas, más hogares sufriendo el infierno de la violencia, menos programas para sacar a esas mujeres e hijos del horror de las palizas diarias.

En un contexto de crisis o depresión, porque las cifras más bien nos hablan de depresión, se vuelve pendularmente al mantra "la mujer a casa y el trabajo para los hombres". Nadie parece darse cuenta de que esta dinámica no tiene marcha atrás. Que nosotras padecemos el paro más que los hombres, que se nos paga menos por un mismo trabajo, que la jornada laboral se hace imposible cuando hay hijos, que ni siquiera nos podemos plantear no trabajar porque aún con dos sueldos no siempre es posible vivir.

El descontento, la íntima certeza de que el Estado nos ha hecho prescindibles no puede hacer sino aumentar la violencia. Esa violencia que debería enfocarse a la clase dominante, se dirige ciega a la mujer, la que comparte el dominio por parte del hombre y por parte de las clases dominantes.

Esto tiene que cambiar, y lo tenemos que cambiar nosotras. Ni una mujer muerta más. Se nos ha acabado la paciencia y no pensamos convertirnos en Ciudad Juárez. Nosotras ya estábamos en Pearl Harbour, hermanas.