No importa dónde nos
ubiquemos, las sociedades capitalistas desarrolladas han asumido el
feminismo como parte de su discurso hegemónico. Desde hace décadas
vemos el ascenso al poder tradicionalmente reservado a los hombres de
mujeres que ocupan puestos relevantes en grandes empresas,
multinacionales, ministerios y presidencias de gobierno. Pensemos en
Dilma Rousseff en Brasil, en Cristina Kirchner en Argentina, en
Michelle Bachelet en Chile, en Keiko Fujimori acercándose a la
presidencia de Perú. Pensemos en Margaret Thatcher, en Angela
Merkel, en Christine Lagarde, en Madeleine Albright, en Hillary
Clinton, en Marine LePen, en Ségolene Royal, en Esperanza Aguirre,
en Ana Patricia Botín, en Cristina Garmendia, en Ada Colau, en
Mónica Oltra, en Carolina Bescansa y en tantas otras que nos dicen
desde los noticieros que la mujer ha llegado al poder para quedarse.
Bien, ése no es mi feminismo.
Eso ni siquiera es feminismo. Es parte del discurso de explotación
capitalista en el que de forma oportunista un cierto porcentaje de
mujeres, frecuentemente pertenecientes a las clases dominantes se han
integrado para reproducir todos y cada uno de los valores de
explotación del hombre por el hombre, de la mujer por la mujer, en
definitiva del capitalismo.
Partamos de la base de que
dentro del sistema capitalista la opción reformista no es sino
perpetuación del sistema de explotación que es la base misma de la
subsistencia y reproducción capitalistas. Todo lo que no sea abolir
ese estado de cosas es parte del problema, jamás su solución y en
ese sentido sólo se puede ser honestamente feminista desde el
anarquismo. Simple y claro.
El capitalismo y sus
sociedades han creado un sistema paternalista e insultante para
"integrar" a las mujeres en los engranajes que rezuman
sangre. Nos incluyen mediante porcentajes establecidos por ley sin
tener en cuenta jamás la valía de quien accede a esos porcentajes.
Cuando hay que elaborar listas electorales y faltan mujeres hay que
encontrarlas a cualquier precio porque si no es así la lista será
invalidada. Es decir, el Estado y sus cómplices femeninas llaman a
esto discriminación positiva. Se oculta oportunamente que esa
discriminación no suele beneficiar a las mujeres trabajadores, sino
a las féminas de la clase media o alta y occidentales.
La clave misma de este
discurso es el “acceso al poder”. Seguramente muchas sabemos lo
largamente que reflexionó Michel Foucault sobre la naturaleza del
poder. En su esencia corrompe a quien lo ostenta toda vez que crea
una sensación de impunidad que no es saludable en términos
humanistas. Corrupción, impunidad, superioridad, elitismo, tales son
las características que acompañan a quien detenta el poder, sea
hombre o sea mujer. Asimismo, el poder está en la base de cualquier
relación de dominación y como anarquistas aspiramos a abolir esas
relaciones. No las queremos, las rechazamos con más o menos
violencia. Detestamos ver a las mujeres emponderadas (esa palabra que
tanto gusta en los cenáculos del feminismo burgués de nuevo cuño)
vistiendo ropas de alta costura, detestamos que todas sean blancas,
nos produce repugnancia verlas bajas de coches conducidos por
chóferes, odiamos su presencia en Bildelberg y odiamos más aún que
se nos venda esa presencia como un triunfo de todas. No, no lo es. Es
un fracaso. Es el fracaso del mejor feminismo que pudo apuntarse
desde los años 60, es un fracaso de la conspiración WITCH, es un
fracaso de la lucha de las mujeres negras y orgullosas que no son
Michelle Obama.
No queremos cuotas, sino
igualdad real, no queremos ser parte del sistema, queremos abolir el
sistema, no queremos estar en los consejos de administración de
ninguna multinacional, queremos dinamitarlos, no queremos que el papa
nos integre en su loca secta, queremos destruirla hasta los cimientos
y con ella su ideología de muerte.
Aspiramos a la vida, a que
ninguna de nosotras sea asesinada por un macho, aspiramos a ser
libres sea cual sea nuestro color de piel, aspiramos a sustituir la
competitividad por la sororidad, el individualismo por la
solidaridad, pero eso, hermanas, supone mucho trabajo y ahí es donde
espero que nos encontremos: en las calles hasta que se haga justicia
con todas nosotras... O la hagamos nosotras para variar.
Como dice la hermana más punk de todas: "¡Feminismo de clase o barbarie!
"
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